Dejar a los niños en la escuela, ir a servicios médicos, realizar la despensa de la semana, ir a trabajar y hacer la limpieza de la casa son solo algunas de las actividades que muchas mujeres realizamos en nuestra vida cotidiana. Esta rutina forma parte del trabajo de cuidados que mayoritariamente hacemos las mujeres, como herencia de un sistema patriarcal en donde se nos habían consignado las actividades reproductivas, mientras a los hombres se les consignó realizar las actividades económicas, productivas, políticas, sociales, entre otras de orden público.
En ese sentido, el diseño de las ciudades, del espacio, de las calles, se realizó enfocado en satisfacer las necesidades de los hombres que paralelamente han sido las necesidades del mercado. Es así como, desde la división sexual del trabajo se han creado modelos de ciudades que históricamente han olvidado las actividades reproductivas, haciendo aún más complicada la vida cotidiana de las mujeres, pues la falta de elementos urbanos y de infraestructura que contribuyan a las labores de los cuidados han sido prácticamente nulos.
De acuerdo con la CEPAL, el cuidado es un término que caracteriza las relaciones entre personas cuidadoras y personas receptoras de cuidado en situación de dependencia: niños y niñas, personas con discapacidad o enfermedades crónicas, y personas adultas mayores. Si bien el diseño de las ciudades debe efectuarse desde diferentes aristas, para las mujeres existen dos que son fundamentales, no solo para realizar sus actividades cotidianas sino también para realizarlas de forma segura: las ciudades deben diseñarse desde un enfoque de prevención de la violencia contra las mujeres y desde un enfoque de cuidados.
Este último se ha puesto de manifiesto de forma más reciente, pues la pandemia por COVID-19 dejó expuesta la necesidad que tenemos todas las personas de recibir cuidados. Asimismo, se evidenció que no contamos con ciudades que permitan ejercer estas tareas, sino por el contrario, su diseño ha dificultado el poder realizarlas y que por supuesto las mujeres somos las más afectadas al respecto.
Hoy en día, un enfoque de planeación urbana se centra en las ciudades cuidadoras. Este término surge desde el pensamiento feminista interdisciplinar que, como señala Doreen Massey, toma como base que el espacio “refleja y tiene efectos sobre las formas en que se construye y se entiende el género en las sociedades en las que vivimos” [1] y que por tanto existe una división sexual del espacio y tiempo de manera que hay un espacio para lo simbólicamente masculino y otro para lo femenino [2] sin que ello signifique que las mujeres no estén presentes de diversas y complejas formas en los espacios considerados como productivos [3], lo que ha implicado que las formas de trasladarse se encuentren diferenciadas por las actividades que se realizan de forma cotidiana en las ciudades.
Aplicando la perspectiva de género podemos identificar las brechas de desigualdad existentes en este tenor, por ejemplo, de acuerdo con la Cuenta Satélite del Trabajo no Remunerado de los Hogares de México del INEGI 2020, el trabajo no remunerado de las mujeres fue equivalente al 20.2% del PIB, mientras que el realizado por los hombres al 7.4%. Ahora bien, desde el análisis feminista es imperativo contribuir a la disminución de brechas a partir de planificar las ciudades de forma que permitan integrar el trabajo doméstico (remunerado o no) así como las labores de reproducción, como una necesidad a satisfacer en el espacio público.
Por ello, es necesario incentivar la implementación de acciones que prioricen a las personas que hacen uso de los espacios públicos en la diversidad del territorio, visibilizando la importancia de proporcionar el soporte físico necesario para el desarrollo de las tareas correspondientes. Un territorio que pone al centro los cuidados favorecerá siempre la autonomía de las personas dependientes y, además, permitirá conciliar las diferentes esferas de la vida cotidiana.
Los últimos tiempos han puesto en evidencia de forma contundente, la importancia y el significado de los cuidados. El bienestar social no puede suceder si no consideramos que la actividad de cuidados es fundamental para proveer de todo aquello que nos permita una existencia armónica y saludable, en la que las mujeres han tenido un papel trascendental para la existencia de la humanidad.
Los cuidados deben considerarse como un derecho y la corresponsabilidad en ese sentido es fundamental para construir sociedades igualitarias en las que el Estado, el mercado, la familia, las mujeres y los hombres, aporten a dichas actividades dejando de lado la división tradicional entre actividades reproductivas y productivas que atienden a los estereotipos de género en el que las mujeres son concebidas como las únicas responsables de proveer las actividades de cuidado mermando el disfrute de otros de sus derechos y reproduciendo brechas de desigualdad.
Resulta necesario promover, entre otros fines, la creación y el fortalecimiento de sistemas de cuidados, y la transformación de los roles de género, así como la aceleración de una recuperación económica equitativa tras la pandemia de COVID-19 con la ejecución de compromisos y acciones concretas sobre el cuidado. Para lo cual deberá considerarse una gestión intersectorial para el desarrollo gradual de sus componentes -servicios, regulaciones, formación, gestión de la información y el conocimiento, y comunicación para la promoción del cambio cultural- que atienda a la diversidad cultural y territorial “los servicios de cuidado y atención que se refieren a los servicios públicos o los trabajos mercantilizados” [4].
Tanto los espacios urbanos como rurales requieren que se piense y se considere la gran aportación a las actividades de cuidado, a partir de visibilizarlas y desarrollar los espacios pensando en un sistema que permita a todas las personas ejercer el derecho al cuidado en armonía con el disfrute de otros derechos. El Estado tiene un rol en la forma en que se organiza socialmente el trabajo y las actividades de cuidados; a través de sus políticas públicas, instituciones y la producción simbólica, deberá cambiarse el enfoque en el que se han diseñado hasta ahora las ciudades, para darle un giro en el que la planeación del espacio público, de las calles, del desarrollo urbano contribuyan a una nueva forma de distribución del trabajo productivo y reproductivo entre hombres y mujeres.
*Directora de Proyectos Estratégicos y titular de la unidad de género de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano
En GIZ México la perspectiva de género es un eje de trabajo transversal en nuestra cooperación con contrapartes, aliados y socios para hacer ciudades más sustentables y un transporte de personas y mercancías más amigable con el medio ambiente.
Referencias
[1] En Flather, A. (2013). Space, Place, and Gender: The Sexual and Spatial Division of Labor in the Early Modern Household. History and Theory. 344-360
[2] Chant, S. (2013). Cities through a “gender lens”: a golden “urban age” for women in the global South? Environment & Urbanization. International Institute for Environment and Development (IIED). 25(1): 9–29. DOI: 10.1177/0956247813477809.
[3] Brito, M. (2016). División sexual del trabajo: espacio público, espacio privado, espacio doméstico. En Moreno, H. y Alcántara, E. (Coord.). Conceptos clave en los estudios de género. Volumen I. México: CIEG-UNAM.
[4] Ceballos Angulo, 2013.